Pinchar la burbuja, descubrirte, volar
- Sofía Nicolás
- 29 oct 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 3 nov 2022
El arte de viajar por el mundo y hacerlo sola. Caminar, volar, descubrir y explorar. Sumergirte en las culturas, hablar con las personas. Conectar. Aprender a ser humilde, a entenderte y a quererte.

Me da pánico estar sola. Mejor dicho, sentirme sola, quedarme sola. Por eso viajo sola. Para encontrar. Para encontrarme. Estoy en búsqueda de todo aquello que mi ciudad natal no ha podido darme. De todo aquello que no he conseguido encontrar ahí. Y lo hago sola porque, a mi manera de ver, es la forma más honesta y más pura de hacerlo. Sin ninguna interferencia humana que me pueda condicionar, que me pueda juzgar. Yo conmigo misma.
Sola porque es la forma más real de encontrarse a uno mismo. Y suena muy cliché, lo sé, pero qué puedo decir si es la verdad más grande que nunca he experimentado. Cuando eres tú misma lo único que tienes ahí fuera tienes que aprender, sí o sí, a contar contigo misma, a estar ahí para ti. Un amigo, viajero también, una vez me dijo que la única cosa estable en tu vida eres tú mismo. Otra verdad como un templo. Entonces, aprender a confiar en ti es todo un proceso de prueba y error. Empiezas a tantearte, a ver hasta dónde puedes llegar. Descubres donde están tus límites (después de que hayas dejado que los sobrepasen y que tú misma lo hayas hecho también). Empiezas a entender cosas sobre ti. Qué sí y qué no. Aprendes a identificar tus sentimientos, a descubrir qué los origina, por qué se originan. Y ahí es cuando te das cuenta qué es lo que quieres sentir.
Quiero conectar, quiero reír, quiero vivir. Y cuando más viva me siento es cuando viajo. Al principio no lo entendía. Luego me di cuenta de que era esa adrenalina de aterrizar en un país diferente, de ponerte a prueba al no entender la lengua, de pensar en futuras conexiones con las personas, de no saber lo que te está esperando en ese nuevo lugar, lo que me gustaba. Y de que esa sensación se había convertido en una droga. Y entonces ahí ya no pude parar. Pero no parar de viajar, que también, sino parar de querer sentir esa adrenalina, ese subidón. Esa libertad. Porque cuando subes a un avión sin billete de vuelta las posibilidades se multiplican por un millón. Y a kilómetros de altura, sientes el mundo a tus pies.

Y ahí, arriba entre las nubes, la burbuja se pincha. Y entonces te toca desaprender todo lo aprendido para volver a aprender, aprender de verdad. Darte cuenta de que tu visión, tus pensamientos y tus ideas están completamente configuradas por la sociedad en la que vives. Y de que por mucho que luches contra tus prejuicios, no vas a poder tumbarlos a menos que cruces ese invento capitalista llamado fronteras y, entonces, hables con sus gentes, vivas en sus tierras. Y es ahí cuando vas a notar que eso que llaman privilegio de blanco occidental existe de verdad. Todos los pilares sobre los que se sostiene tu realidad se van a tambalear. La configuración de tu mente, de una u otra manera dependiendo del constructo social donde has crecido y te has criado, cambia. Empiezas a replantearte mil cosas. Sobre el mundo, sobre las personas, sobre el sentido de la vida en algunos lugares de la Tierra, sobre ti misma. Y ese golpe te hace despertar, te hace renacer.
Eso es viajar.
Viajar significa curiosidad, significa libertad, significa humildad. El mundo es mucho más que lo que nos imaginamos. Querer ver, querer descubrir, querer entender otras realidades, y sentirse libre mientras tanto, es algo genuinamente puro, genuinamente humano. Viajar nos hace entender que tan solo somos un puñado de células y pelos, un ínfimo ser vivo en todo este mundo. Que no hay centro del universo. Viajar (haciéndolo de la forma correcta) te da esa dosis de humildad que toda persona debería de tener. También es valentía y conexión. Valentía por dejar lo que conoces, ponerse la mochila al hombro y volar. Conexión por esa maravillosa sensación que vas a sentir en ciertos lugares, con ciertas personas. Como si hubieses nacido ahí, como si acabases de conocer a tu mejor amigo. Una sensación que es cien veces más fuerte cuando te pasa viajando. Algo que te hace sentir vivo. Algo que no se puede explicar con palabras. Algo que tan solo hay que sentir. Pura dosis de dopamina
Viajar, y viajar sola, es todo un desafío, todo un proceso. Cuando viajas te das cuenta de que no hay destino final. Que, aunque tu viaje haya terminado, en realidad tú sigues en un viaje mucho mayor, mucho más allá del llegar a un destino, conocerlo y volver. Tu viaje se ha convertido en algo interior. En crecimiento personal, en conocerte a ti mismo, en saber lidiar con tus demonios. Porque viajar sola es toda una aventura, y es apasionante, pero también vas a dudar de ti, vas a cabrearte contigo misma, vas a querer volver a tu zona de confort y te vas a sentir sola; claro que te vas a sentir sola, pero ay, cuando te sientes llena porque has encontrado lo que buscabas, porque has encontrado tu lugar, porque has encontrado esas conexiones que no sabías que tanto anhelabas. Esa sensación, esa plenitud, es comparable con tan pocas cosas en este mundo que merece la pena arriesgarlo todo por sentirlo.
Texto: Sofía Nicolás
Fotografías: Chelsea Roos y Sofía Nicolás
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