Cruzas el puente y una paz desconocida se apodera de ti. Miras desde el tuc tuc, agarras tu mochila y pones un pie en el asfalto ardiente. Y esa sensación empieza a subir poco a poco por todo tu cuerpo. El sol abrasador te hace sentir cada poro de tu piel y te hace entornar tus ojos porque brilla, deslumbra. Y la brisa te mueve el pelo y te refresca y te hace sentir.
Cruzas el puente y llegas a la isla de Flores, en el departamento de Petén. Unas letras grandes de colores a la izquierda que dicen “Yo amo Petén” te dan la bienvenida y te auguran lo que vas a sentir a los dos días de estar en esta isla. Sigues caminando, todo por el malecón, con las lanchas y sus lancheros, las palmeras y sus cocos, las flores de hibisco, las de sak nikté, rebosando color, casitas de colores y más colores, motos, más motos, tuc tucs. Y giras a la izquierda y ahí llegas.
Don Cenobio lleva poquito en Flores. El hostal abrió sus puertas por primera vez en marzo de 2019. Un año de recorrido y las tuvo que volver a cerrar por la pandemia. Pero ahí sigue y su
dueño ha conseguido capturar por completo la esencia de la isla entre esas cuatro paredes donde reina la paz. Rodri rebosa energía positiva, siempre con esa sonrisa, con ese aire despreocupado, pero sabiendo muy bien lo que quiere para el hostal, su hostal, que tantos años ha estado persiguiendo. Desde ese día que viajó a San Pedro la Laguna y vio al manager del hostal donde se hospedaba: “cuando vi su aura, su semblante dije ‘qué buena vida. Yo quiero esto para mi”. Y ahí fue donde Rodri encontró su propósito. “Creo que recibir gente que está feliz, gente que quiere conocer, que quiere aprender y estar tú ahí para ellos es una de las mejores maneras de vivir”, opina. Y así, con esa idea, y después de tres años intentando convencer a su abuelo de que le alquilase a él su hostal, nace Don Cenobio.
Entonces cruzas sus puertas y ya lo sientes, esa paz, esa tranquilidad, esa buena vibra. Porque Rodri es así. Y lo sabe transmitir. Don Cenobio es un lugar en el que te sientes como en casa. Llegas con tu mochila, cansado del viaje. Subes las escaleras y llegas a la terraza. Ves el lago y solo con esa brisa que sopla sientes cómo tu energía se recarga. Cómo tu estrés desaparece. Rodri nunca hizo esto por dinero, aunque obviamente sea un pilar importante, y eso se nota: “creo que eso me ayuda a que el hostal crezca y a que crezca de manera diferente, de manera orgánica. Que crezca en capacidad económica pero también en armonía”. Don Cenobio es un lugar donde eso se siente. Será la energía de Rodri, será que sabe elegir a la gente con la que trabaja, será que de verdad le importa cómo se sienten sus trabajadores y sus huéspedes. Será que, aunque lo tenga todo controlado, él sigue yendo al hostal: “yo quiero estar siempre en el hostal. Si estás ahí se nota, se vuelve más personal. También demuestras qué tanto te interesa lo que de verdad pasa, cómo se siente tu gente. Si amas tu lugar al menos tienes que darte una vueltita, no desaparecer”. Dice que hay axiomas como el amor, la fe, cosas que no se ven pero que son cosas muy importantes en un hostal. Es un lugar de vibras muy positivas, que fluye en consonancia a su dueño y que sin ninguna razón en especial, o más bien por mil pequeños detalles, transmite esa paz, esa tranquilidad, esa felicidad. Es extraño de explicar. Es más fácil de sentir. Y en Don Cenobio lo vas a sentir.
"Quiero aprovechar más el tiempo de estar vivo, la oportunidad que tengo de tener este lugar, de sacarle el jugo y darle una buena experiencia a la gente y que se anime a entrar. También dar un ejemplo a quien sea que quiera. Siempre se puede aprender algo de alguien que esté tratando de hacer las cosas desde el corazón. No tanto por dinero si no por amor"
Texto: Sofía Nicolás
Fotografías: Sofía Nicolás + cedidas por Rodrigo Morales
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