60 años de los años 60
Vietnam y los Seis Días,
dos guerras que cambiaron el mundo
Era finales del 68. Oriana Fallaci y François Pélou caminaban sobre la arena de Copacabana. Ella, corresponsal italiana. Él, director de AFP en Vietnam del Sur. Los dos serían, con el tiempo, esencia del periodismo. Y reflexionaban, bajo el sol de Río de Janeiro, sobre la vida, sobre la guerra. Sobre la maldad y la bondad, sobre el hombre y su humanidad. Y se preguntaban qué sentido tenía poder ir y pisar la Luna cuando en la Tierra no éramos capaces de parar la guerra. No hacía falta salir de órbita para ver cráteres, pues ya existían aquí, bajo nuestros pies, a costa de vidas humanas. Agujeros enormes provocados por los aviones americanos sobre los arrozales de un perdido país asiático. Allí se conocieron Oriana y François. En Saigón, cuando estalló la guerra y juntos la contaban. Sus crónicas eran el reflejo de los años 60. Símbolo de toda una década. Y la guerra de Vietnam el emblema de ésta.
Oriana Fallaci y François Pélou
fuego, flores, rock y piedras
En aquellos años el mundo dio un vuelco. El orden establecido cambió y se revindicaban nuevas relaciones sociales. Se tendía el telón de acero en Europa, se levantaba el muro de Berlín y se escondían misiles en Cuba. La Unión Soviética y Estados Unidos vivían en un pulso continuo, en una carrera ciega. Los soviéticos, por llevar la hoz y el martillo a cuantos más países mejor. Los norteamericanos, por detener ese efecto dominó e impedir que el comunismo siguiese extendiéndose. Y los dos librando sus batallas en territorio ajeno. Países que se convertían en escenarios bélicos y se llenaban de bombas. Como Vietnam. Que recibió alrededor de 7,8 millones de toneladas de explosivos, casi el doble del que lanzaron los países aliados durante toda la Segunda Guerra Mundial. Los años sesenta fueron años de tensión. La Guerra Fría se extendía como una nube gris que amenazaba, incesante, con un posible ataque nuclear. Pero las calles bullían. Los jóvenes salían a defender los derechos civiles en Estados Unidos; a pedir más libertad en Checoslovaquia durante la llamada “Primavera de Praga”; a luchar contra la represión estudiantil por parte de la policía y el ejército en México, lo que terminó convirtiéndose en la brutal Matanza de Tlatelolco; y a intentar romper con la clase burguesa, los regímenes totalitarios y el consumismo propio del capitalismo en Francia, el famoso Mayo francés. Todo esto ocurría en 1968, un año tan intenso que, según el periodista Michael Herr, “resumía toda la década”.
Y en España, mientras el caudillo gobernaba con puño de hierro, ese espíritu contestatario y revolucionario característico de Mayo del 68 se colaba entre sus nudillos y parecía que España empezaba a “abrir un poquito la mano, porque parecía también que no quedaba otra”. Rosa María Calaf, la corresponsal de corresponsales, recuerda que esos años “significaron una eclosión y una lucha contra la norma establecida. Un salto cualitativo hacia la libertad individual”. La década de los sesenta coincidió con sus años universitarios y las facultades eran entonces “un vivero de activismo, protesta y rebeldía”. Los jóvenes, dentro de las limitaciones que suponía vivir bajo una dictadura, se reunían en foros y en esos espacios criticaban, con un lenguaje propio, entre líneas y muy sutil, el status quo de la sociedad española. Y muchas veces les tocaba salir corriendo. “Acabábamos cada dos por tres perseguidos por los grises por la Diagonal en Barcelona”, rememora Calaf.
"VIETNAM VIETNAM VIETNAM, TODOS ESTUVIMOS AHÍ"
Toda una generación de periodistas quedó marcada por esta guerra. Para muchos, según la periodista Joyce Hoffman, “Vietnam se convirtió en la base sobre la que descansaba su existencia intelectual y emocional". Porque fue la última guerra donde tocaron la libertad. Porque su brutalidad y las indefinidas líneas del frente la hacían imposible. Porque era el infierno traído a la tierra. Muchos de los periodistas que estuvieron allí, entre ellos Michael Herr, Oriana Fallaci o Manu Leguineche recordaban ver por las calles de Saigón esas camisas que llevaban los soldados norteamericanos con la frase bordada a la espalda “When I shall die I shall go to Paradise because on this Earth I have lived in the Hell. Vietnam 1967” (‘Cuando muera iré al Paraíso porque aquí he vivido en el Infierno. Vietnam 1967’).
Fue una guerra en la que los periodistas disfrutaron, por última vez y según anhelan todos, de libertad de movimientos. Por la mañana, se podían montar en un Huey y sobrevolar la selva junto con los soldados estadounidenses que iban en busca de vietcongs para bombardearles. Por la tarde, paseaban por la bulliciosa Saigón y veían como el sol se ponía sobre el Mar de China. Por la noche, cenaban langosta por dos duros en la terraza del Hotel Continental y pasado el toque de queda, con una botella de ron en la mano por si acaso el policía sudvietnamita de turno les paraba, salían a la calle camino del télex para enviar sus crónicas a España. El equipo de Televisión Española, con Diego Carcedo al frente, lo tenía más complicado. Sus películas tenían
que recorrer medio mundo por avión hasta que llegaban a España y se emitían en televisión. El veterano periodista recuerda que las imágenes que grababan las tenían que enviar desde Tailandia, vía Suiza. “Cada tres o cuatro días a uno del equipo se le premiaba, por así decirlo, para que fuese a Bangkok a mandar las películas facturadas a Zúrich y de ahí a Madrid. La mitad se perdían por el camino, pero bueno, por lo menos el que iba a Bangkok aquel día dormía en un sitio normal donde no pasaba nada”, rememora Carcedo.
La guerra fue atroz y eso, tanto soldados como los periodistas que se empotraron con ellos lo vivieron. Compartieron trinchera y vieron como el fuego caía del cielo. Las bombas de napalm arrasaron 1.700.000 hectáreas de vegetación, destrozando aldeas, ganado y plantaciones. Las bombas convencionales dejaron alrededor de 25 millones de cráteres abiertos por la aviación norteamericana. Fallaci, la mítica e influyente periodista italiana, escribía en su libro Nada y así sea que, aunque también en otros lugares ardía el mundo, la tragedia de Vietnam se había convertido en un símbolo “y tal símbolo había penetrado en nuestra existencia cotidiana: se decía Vietnam por decir guerra, por decir muerte. Pero no había penetrado en nuestra comprensión, esta era la cosa”.
Paracaidista estadounidense se esconde del fuego vietcong en la zona de Bao Trai, Saigón [1 enero 1966]
Un padre sostiene a su hijo frente a soldados sudvietnamitas cerca de la frontera con Camboya [19 marzo 1964]
Evacuación de las embajadas en Saigón [19 abril 1975]
Paracaidista estadounidense se esconde del fuego vietcong en la zona de Bao Trai, Saigón [1 enero 1966]
Y ahí, los periodistas, a pie de cañón, se esforzaban por contar lo que veían, grabar lo que sucedía y, siendo los ojos y oídos del resto de la sociedad, consiguieron movilizar al mundo. Hordas de gente llenaban las calles de Estados Unidos al ver como el gobierno mandaba a sus hijos a morir por una causa que ya no se podía aguantar ni apoyar. Vicente Romero, otra gran figura del periodismo español, destacado en Vietnam del Sur durante aquellos años, fue uno de los pocos españoles que presenció toda aquella locura. Lo contó en sus crónicas en el extinto diario Pueblo y asegura que “no se puede decir seriamente que la prensa fuera la que frustrara la victoria norteamericana, pero sí que contribuyó a una opinión pública en la retaguardia que se escandalizó de lo que estaba ocurriendo allí”. Lyndon Johnson, por aquel entonces presidente de Estados Unidos, no se esperaba que la voz de sus compatriotas fuese a retumbar más fuerte que las explosiones que él mismo mandaba ejecutar. Y menos aún imaginaba que la batalla la fuese a empezar a perder en los medios de comunicación.
He pasado toda mi vida de reportera tirando piedrecitas a un gran lago, aunque no tengo ninguna forma de saber si alguna piedra causó la menor conmoción
Martha Gellhorn
Vietnam se convirtió en la primera derrota americana. Estados Unidos protagonizó la guerra más larga del siglo XX, una guerra que legalmente no existe porque nunca nadie la declaró. Dejó cerca de 2 millones de civiles muertos y 58.000 soldados americanos que no volvieron a sus casas. En su mayoría chavales de entre 18 y 20 años que quedaron deslumbrados por las armas y los uniformes y que querían protagonizar su propia película a lo John Wayne. Muchos otros ni siquiera sabían localizar el país en el mapa. Carcedo recuerda que, en alguna de esas conversaciones que tenía con soldados, le preguntaban “¿tú sabes por qué estamos aquí?”. Desde el momento en que Estados Unidos entró en el juego de la guerra, “en Saigón, Oriente y Occidente se corrompían juntos, a dos pasos de una guerra sin fin”. Manu Leguineche lo recordaba así en su libro El camino más corto, donde narraba todo lo significó esa guerra y cómo la vivió.
Foto 1: Periodistas fotografían a un cadáver cerca de Saigón durante la Ofensiva del Tet, 1968 | Nick Ut Foto 2: Oriana Fallaci en Vietnam
Foto 3: Armas abandonadas en las calles de Saigón tras la salida de las tropas estadounidenses, 30 abril 1975 | Pham Khac
Fue la primera guerra a la que llegaron los equipos de televisión y el periodismo no volvió a ser igual desde entonces. La periodista Martha Gellhorn la describió como “la última guerra de los enviados especiales”, Romero afirma que "ya no se trabaja como pudimos trabajar en Vietnam" y Carcedo confiesa que ese fue el conflicto que más le traumatizó. Presenció la caída de Saigón, aquel 30 de abril de 1975, cuando los tanques norvietnamitas del Frente de Liberación Nacional entraron en Saigón y tomaron el Palacio Presidencial. El comunismo caía sobre Vietnam del Sur y la guerra parecía llegar a su fin. Leguineche siempre describía Vietnam como “la guerra de todos nosotros”, refiriéndose a toda esa generación de periodistas a los que marcó. “No tuvimos infancia, pero tuvimos Vietnam”.
Acercar lo distante y lo distinto. Contar historias porque no dejar saber ha sido siempre una forma de dominar. El silencio es de plomo y la palabra es de oro"
Rosa Mª Calaf
SEIS DÍAS QUE 60 AÑOS DESPUÉS SIGUEN RETUMBANDo
El Doctor Khan le contaba a Fallaci a finales de 1967 que realmente no sabía lo que era la paz, pues no había conocido otra cosa desde que nació que la guerra. Este médico sudvietnamita que por aquel entonces tenía veintiséis años, veía la guerra “como un esquimal mira la nieve: el elemento natural en el cual vive”. Y le expresaba a la periodista italiana su extraña impresión cuando leía los periódicos occidentales fechados en junio. “No comprendía por qué os enfadabais tanto. Para mí, Israel era un país que volvía a la normalidad, es decir, a la guerra”.
Y es que mientras la Guerra de Vietnam hacía que este y oeste se tambaleasen, la Guerra de los Seis Días sacudía Oriente Medio. Durante aquella semana de junio de 1967, Israel y Palestina vivían su propio Infierno. Fueron seis días que cambiaron los años sesenta y definieron un nuevo orden mundial. Pero, sobre todo, marcaron para siempre a sus gentes. La capacidad militar israelí y la facilidad con la que el ejército de Moshe Dayan derrotó a las fuerzas egipcias, sirias y jordanas hundió la moral de los árabes como pueblo. El ansiado panarabismo de Gamal Abdel Nasser se vio frustrado después de aquel 7 de junio cuando los paracaidistas de Dayan aterrizaron en el Muro de las Lamentaciones, el corazón de Jerusalén. Egipto y Jordania, al ver que la guerra ya estaba perdida, se rindieron. Dos días más tarde, Siria firmó el alto el fuego cuando las tropas israelíes estaban a tan solo 15 kilómetros de Damasco, Así, el 10 de junio, la guerra había terminado.
La convulsión que experimentó este área geográfica durante aquella semana de 1967 desencadenó un giro decisivo que redefiniría la historia. Sus repercusiones resultaron duraderas, tanto para Oriente Próximo como para el resto del mundo. El periodista y escritor francolibanés Amin Maalouf, en su libro El naufragio de las civilizaciones, afirma que fue ese 5 de junio “cuando nació la desesperación árabe”. “Los árabes nunca pudieron tomarse la revancha, nunca pudieron dejar atrás el trauma de la derrota”, y anclados a ese desastre, nunca recuperaron la confianza en sí mismos. A la Guerra de los Seis Días, los árabes la llamaron Naksa, palabra árabe que se emplea para referirse a un problema de salud del que el enfermo espera recuperarse. Sin embargo, este “enfermo” no se recuperó nunca. Cayó en un dolor crónico que parece imposible de curar en un trozo de tierra donde el tiempo se ha roto por las bombas y donde de entre las grietas solo emana desesperación, odio y sangre.
podcast
Reportaje realizado con fines académicos.
Las imágenes utilizadas en los vídeos provienen de obras ya divulgadas, de las que se ha obtenido permiso explícito de RTVE para su uso, y su procedencia se indica en todo momento.
Su difusión en este reportaje responde a fines educativos y su utilización no persigue ningún beneficio económico.
© Sofía Nicolás
2021